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Tras regresar a España de una estancia de cinco años en Australia, Fernando Paramio crea la serie de fotografías Visiones de otro continente. En ella, a través cuidados fotomontajes digitales, traslada la fauna y la flora del país de Oceanía hasta Europa, situándolas en diferentes puntos urbanísticos, arquitectónicos y escultóricos de metrópolis como Madrid y, especialmente, en ciudades periféricas como Cáceres, lugar donde reside en la actualidad. Crea, con ello, una zoopoética que, semejante al bestiario que recorre la obra de filósofos como Jacques Derrida y de artistas como Pierre Huyghe o Ingela Ihrman, pone en duda las nociones antropoides de enraizamiento, mundo y domesticidad.

Paramio presenta un inmenso e imaginativo circo visual, un zoo iconográfico que abre sus puertas para dejar salir una multiplicidad de animales salvajes, en un gesto a-lógico trazado como un radical movimiento de desterritorialización. Encontramos, en un familiar espacio de confort, un exotismo desconocido de seres singulares (según Heidegger “pobres en mundo”, pero ¿es acaso “mundo” todo lo que existe?): cocodrilos sumergidos en el estanque de una fuente tan cotidiana como ficcionada, pelícanos volando sobre edificios históricos, loros arcoiris junto a esculturas que rememoran hitos de la historia del arte, ranas gigantes que interactúan en las avenidas de Madrid, koalas buscando hojas de eucalipto en latitudes erradas, enormes helechos subtropicales que proliferan en márgenes de tierra aún sin cultivar, canguros explorando un urbanismo medieval, observándonos anacrónicamente junto a una muralla islámica o descansando entre la abundante vegetación de un patio interior. Toda una poética de la pluralidad se ha puesto, sin querer, a gobernar, ocupando los viejos teatros antropológicos y presidiendo, irónica y artificiosamente, las inercias de un orden social e institucional que no reconoce como propio. Ya sea desde el Palacio Real de Madrid o desde la cabina de un avión que sobrevuela los continentes, algo en nosotros se ve sorprendido por la novedad de una locura de las especies (ni local ni global) que desequilibra y disloca el pensamiento de la evolución.

Animales no nuestros (¿alguna vez un animal fue nuestro? ¿poseímos algo, por pequeño que fuera, alguna vez?) en un tiempo que ha dejado de pertenecernos. Y es que, en la obra de Paramio, el espacio y el tiempo parecen haber sido alterados por presencias descontextualizadas, donde lo más próximo y hogareño de nuestras ciudades (Heim) se ve revitalizado por lo más lejano de un ecosistema estrafalario (Unheimlich). El universo demasiado humano expande sus límites a combinaciones desconocidas, polimorfas, materializadas en animales prehistóricos cuya existencia ha sobrevivido a la desaparición de las civilizaciones que creímos perdurables, convirtiéndose hoy, para nosotros, en insólitos excesos poéticos que desactivan las monotonías de la percepción. Lo múltiple ha saltado desde el hemisferio sur para decirnos que los nombres que creímos únicos se han roto, y que convivimos, en el exterior, con desconocidos, junto a ellos pero sin compartir mundo, siempre descincronizados, atravesando bloques de diferencia, entornos circundantes y fragmentarios, tan autónomos como especiales (Umwelt). Con su tiempo específico, con su espacio específico, los animales de Fernando Paramio desarticulan las puntualidades antropomorfas. Han venido para despojarnos de las seguridades de nuestros alfabetos, de la continuidad de nuestra memoria, de la uniformidad de nuestros modos de vida y, en definitiva, de nosotros mismos. Desde estas fotografías de animales que constituyen una comunidad tan incivil como extravagante, es posible cambiar los biotopos de la indiferencia por una historia que acaba de comenzar, y en la que, pese a ignorar al animal que estamos si(gui)endo, vale la pena aventurarse.

 

Miguel F. Campón

Doctor en Historia del Arte y comisario de exposiciones